Vicente Esplugues Ferrero: “Tenemos que aprender a tolerar el fracaso y el sufrimiento”

Imaginen que un 26 de marzo de 2020 suena el teléfono y el obispo auxiliar de Madrid, José Cobo, le hace un encargo: atender el responso diario en el Palacio de Hielo de Madrid habilitado, en aquel momento, como morgue improvisada de los fallecidos por la COVID-19 que no podían ser incinerados. Vicente Esplugues fue el destinatario de aquella llamada. Y él, junto a otros cuatro sacerdotes, no dudó en estar al pie de todos y cada uno de los féretros anónimos que llegaban día tras día a este punto negro del país. Este antiguo alumno de la UPSA (Alumni de la Facultad de Teología), aficionado al heavy metal, misionero en Camerún y youtuber con sus 'Escuelillas' de formación en la fe nos ha conquistado a todos. No solo por aliviar a todas aquellas personas que lo necesitaban en esos fatídicos días de 2020, sino también por su serenidad, su optimismo, su cercanía y su manera de entender la vida.

Pregunta (P): Usted ha vivido en primera línea la parte más dura y dramática de los efectos de la pandemia en nuestro país, ¿qué lección desprende de su función eclesiástica en aquel Palacio de Hielo?

Respuesta (R): Lo que más me queda en la memoria de aquella experiencia fue ser testigo privilegiado de la fragilidad humana, de la vulnerabilidad que sentimos todos en aquel tiempo. Fue tener delante de los ojos unas vidas truncadas y rotas, inacabadas, que el virus se llevó, pero la seguridad de que, desde la fe, Dios los acogía y acompañaba a ellos, a sus familias, y a todo el personal que les veló y acompañó, como miembros de la UME o de la policía. Yo me sentía enviado a poner un poco de luz, sentido y esperanza en medio de tanta oscuridad y tristeza.

 

P: ¿Qué aprendizaje hemos obtenido como sociedad de esta pandemia?, ¿cree que vivimos de espaldas a la muerte? 

R: Hemos visto cómo en tiempo de crisis los trabajos y profesiones que han sostenido el tejido social han sido los que se dedican al cuidado: los sanitarios, los cuerpos de seguridad, los transportistas, el personal de limpieza, los reponedores en los supermercados, las empresas de logística. Normalmente, no son las profesiones más demandadas, ni las que ocupan los primeros puestos en las preferencias de los jóvenes, pero han sido las que nos han salvado. Y eso me indica que tenemos que garantizar un servicio público que ayude a cuidar a los más vulnerables. 

Respecto a la vivencia de la muerte, creo que nos cuesta mirarla de cara. Aparece muy explícita en series, en películas, en videojuegos, pero en el espacio real nos desarma y nos deja, en muchos casos, sin respuesta.

 

P: ¿Se puede afrontar el dolor con alegría? 

R: El dolor y el sufrimiento forman parte de la vida. Nacemos y lo primero que hacemos es llorar. Y cada paso en el camino supone riesgo, ya que aprender a andar supone caídas; aprender a escribir, supone hacer borrones, y aprender a amar, daña el corazón. Por eso, tenemos que aprender a tolerar el fracaso y el sufrimiento, la parte no ideal, ni cool de la vida. Existe lo feo, lo roto, lo enfermo, lo viejo y hay que aprender a amar la luz y la tiniebla. Y, ahí, el Evangelio de Jesús se convierte en una gran enseñanza cuando dice: “Dichosos y bienaventurados los que lloran”. Para mí es muy potente la pedagogía del Evangelio de enseñar a integrar lo negativo en la vida.

 

P: ¿Qué mensaje vital daría a las nuevas generaciones para afrontar las dificultades?, ¿considera que la Iglesia debe cambiar su estrategia para llegar a los jóvenes?

R: La Buena noticia que recibo cada día e intento compartir con los demás, es que cada vida es un ‘don’, un regalo. Somos únicos e irrepetibles y cada encuentro con cada persona siempre nos modifica y nos transforma. A veces para bien y nos construye, a veces para mal y nos daña, pero en la acogida diaria de lo que vivo y de las personas que me rodean me voy edificando como ser humano. 

La Iglesia debe volver al origen de lo que la hizo constituirse: el encuentro con Jesús, que nos llamó a que le siguiéramos. En lo nuclear, la Iglesia tiene sentido si ayuda a llevar a Cristo, sin distraer de lo esencial y sin confundir de camino. Somos para la misión de presentar al que es capaz de salvar y de renovar cada vida.

 

P: Ha defendido recientemente su tesis en la UPSA ¿cuáles son los aspectos de su formación en nuestra Universidad que recuerda con más cariño?

R: Todo el tiempo de formación lo he vivido como una gran oportunidad de actualizar mi fe y mi teología. El estudio universitario me ha servido para investigar las inquietudes y las cuestiones que más me preocupan para la transmisión de la fe. Tanto las clases como el acceso a la bibliografía son un tesoro para intentar ser fieles a la sensibilidad que Dios nos regala. La defensa de la tesis fue una experiencia que me enriqueció mucho y me llenó de satisfacción.