Diego López: “El estudio de Teología se hace desde la oración, no es simplemente una ciencia”
Diego López Luján, nacido en Pozo Cañada (Albacete), llegó a República Dominicana en 2006 para colaborar en la formación de laicos, sin imaginar que ese viaje marcaría definitivamente su vocación. Cursó estudios en Teología -Baccalaureatus en Teología en la UPSA, y la Licenciatura en Teología Moral en el Centro Superior de Estudios en Moral, vinculado a la Universidad de Comillas-, fue ordenado sacerdote en 2011 como miembro de la Arquidiócesis de Santiago de los Caballeros. Hoy, recientemente doctorado por la UPSA, es profesor de Bioética en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Aunque el ministerio relegó aficiones como el submarinismo o el fútbol, mantiene intacta la nostalgia por su tierra y, sobre todo, por el aire frío de las mañanas, que —dice— lo hacía sentirse vivo. Defensor de la honestidad y la transparencia, rechaza la mentira y la manipulación en todas sus formas. Mira al futuro con un objetivo claro: fortalecer la Unidad de Bioética de la PUCMM e impulsar una Maestría que pueda crecer hasta convertirse en un Doctorado.

Pregunta (P): Lleva años viviendo en República Dominicana ¿cuál es su misión pastoral en ese país?
Respuesta (R): En estos momentos, además de la docencia y trabajos administrativos de la universidad, soy vicario de la Parroquia Universitaria Nuestra Señora de la Anunciación, de la cual el Rector de la Universidad es el párroco. También me encargo de la pastoral juvenil universitaria de la PUCMM, soy coordinador de la pastoral universitaria a nivel arquidiocesano, y parte del equipo nacional de la pastoral universitaria. Además, ejerzo de juez en el Tribunal Eclesiástico, soy profesor colaborador de la Escuela de Diáconos Permanentes San Esteban, de la arquidiócesis, y durante este año, he estado colaborando como profesor de Moral con el Centro de Teología Santo Domingo, de los dominicos de República Dominicana y, con autorización eclesial, miembro del Consejo Nacional de Bioética en Salud, de República Dominicana.
(P): ¿Qué le han aportado los estudios de Teología?
(R): Gran parte de mi formación ha sido en Teología, y más concretamente, en Teología Moral. Partiendo de esta premisa, la Teología principalmente me ha aportado una visión global del ser humano.
La Antropología Cristiana, fundamentada en la Imago Dei, anunciada en el Génesis, y desvelada en su plenitud en la encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad, ayuda a entender al ser humano en sus dimensiones somática, psicológica y espiritual en su apertura a la transcendencia. Esta visión antropológica, que a lo largo de la historia ha estado en desacuerdo con otras visiones del ser humano sesgadas -pues se fijaban únicamente en la dimensión corporal o en la espiritual del ser humano o caían en un dualismo-, también en la actualidad, la Antropología Cristiana entra en conflicto con esa visión transhumanista de un ser humano “autoelaborado” y “autoevolucionado” en su materialidad por medio de la ciencia y la tecnología, y que pone en riesgo el sentido axiológico y teleológico del ser humano.
Como muy bien nos recordara el papa Benedicto XVI, en Caritas in veritate, actualmente la Bioética se ha convertido en una lucha cultural sobre la visión antropológica del ser humano entre dos posturas antagónicas: el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral, donde peligra un desarrollo humano integral (cfr. 74), y muy probablemente la dignidad de este.
(P): Ha defendido su tesis doctoral sobre la enfermedad y la muerte en tiempos de pandemia ¿Qué conclusiones ha recabado de esa investigación que relaciona la Bioética y la Teología?
(R): La conclusión principal es que la Teología Cristiana-Católica, como ciencia que se desprende de la fe, a lo largo de la historia, ha entrado en diálogo con las ciencias. No es un secreto para nadie que esta relación ha tenido momentos de incomprensión con resultados dramáticos por una inadecuada relación entre la fe y la razón, las creencias y la ciencia; pero, a pesar de esto, el mundo de la fe supo relacionarse y auxiliarse del conocimiento científico al reconocerle su “justa autonomía” para, posteriormente, encarnarlo a la praxis pastoral, como fue el caso de la ciencia médica.
En esta simbiosis fe–medicina, quien sale beneficiado es el enfermo, pues la filia por el ars medica pasa a ser el amor por el enfermo; y el enfermo ya no es visto simplemente como tal, sino que pasa a concebirse como el rostro de Cristo sufriente. A la vez que el médico es Cristo que sirve y sana. Esta nueva relación médico–paciente conlleva un cambio en la ética médica donde ya no se desahucia a nadie y el médico cristiano se implica de manera directa en las situaciones más trágicas y dramáticas que sacuden a las personas, espíritu que todavía pervive en la actualidad. Por tanto, la Bioética Médica, tan preocupada en la actualidad por la humanización de la medicina, puede encontrar un referente en este tipo de acciones, que no solo se centraban en el acto técnico de curar per se, sino que iban más allá de toda obligación y convertían el acto médico en un acontecimiento religioso y moral. Una sana bioética laica, al igual que la bioética teológica, centrará su reflexión en el ser humano y hará del ejercicio de la medicina una acción moral en reconocimiento de la dignidad intrínseca de todo ser humano, independientemente de la etapa de desarrollo en que se encuentre.
La bioética teológica, que parte del presupuesto de que la razón está iluminada por la fe, pero nunca subordinada a ella, goza de la capacidad de poder dialogar con una bioética que busque la existencia de valores comunes a los seres humanos (valores de trasfondo universal, independientemente de su cara cultural) que surgen de la igual dignidad que toda persona tiene por el mero hecho de existir. Dichos valores son identificables desde el ejercicio de la razón, siempre y cuando no se tengan prejuicios culturales e identitarios que impidan vislumbrarlos -recuérdese que es más lo que nos une que lo que nos diferencia-. Una bioética teológica en el marco de una sociedad plural, multicultural, heterogénea, compleja y tolerante puede ser una más en el diálogo, siempre que haya el sincero deseo de encontrar el verdadero bien del ser humano, desde soluciones plenamente humanas. Pero, le resultará difícil poder dialogar con aquellas bioéticas utilitaristas que confunden el bien con la capacidad técnica de poder hacer -no todo lo que técnicamente se puede realizar es éticamente deseable-, o con aquellas que hacen coincidir la laicidad con un pensamiento materialista o un relativismo ético, propuestos desde una racionalidad atea intolerante. Estas concepciones bioéticas, escudándose en la idolatrada neutralidad del estado aconfesional, tratan de diluir la realidad del ser humano desde la imposición de sus concepciones antropológicas.
Evidentemente, la bioética teológica tendrá que hacer un esfuerzo y apelar al ejercicio de la razón humana para aterrizar en la “verdad” del ser humano que se revela en Cristo. La bioética teológica tendrá que encontrar el equilibrio entre las posiciones fideísta y racionalista. Ni solo fe, ni solo razón, ambas deberán caminar de la mano retroalimentándose y apoyándose mutuamente para poder contemplar la verdad. Pues, si caminan por separado en el quehacer teológico la fe sin la razón (sin la ciencia) corre el riesgo de alejarse de la vida concreta de las personas, mientras la ciencia sin la fe se ve avocada a perderse en su ilusoria omnipotencia. Por ello, una razón autónoma informada por la fe (teonomía participada) codificada en racionalidad humana tendrá la capacidad de dialogar con esa bioética laica (no laicista) en pro de unas ciencias médicas más humanizadas y humanizantes, que sean capaces de avanzar en el desvelamiento progresivo de la verdad revelada, que ya se ha manifestado en Cristo, pero que a su vez vamos conociendo en el discurrir de la vida.
(P): ¿Qué falta por hacer en las situaciones límite desde un punto de vista holístico?
(R): Podríamos definir las situaciones o experiencias límite como aquellos acontecimientos que el ser humano experimenta en su vida de manera inevitable, ya sea por el sometimiento a fuerzas naturales, o a acontecimientos fruto de la libertad humana, que le conducen a situaciones donde se hacen patentes los límites de la propia existencia. Estas situaciones límite, como las llamó Karl Jaspers, ponen a la persona ante la frontera del ser o no ser.
En la tesis, se abordaba el COVID 19 como situación límite que nos confronta y enfrenta con la realidad humana, muchas veces escondida y olvidada, como es la fragilidad y contingencia humana, la vulnerabilidad, la dependencia, el sufrimiento, la muerte. Estas características señaladas son constitutivas del ser humano; es decir, al ser humano se le podría definir, aunque fuese de manera sesgada, por cada una de ellas, o por todas ellas.
Por tanto, entiendo que para poder enfrentar de manera holística las situaciones límite lo primero es aceptar esa realidad, pues eso también forma parte de nuestro ser, y se podría decir que para poder ser seres humanos estas son condición necesaria, desde el punto de vista óntico. Por ello, o soy así o no sería. Y si estoy contento de existir, debería estar contento y aceptar lo que realmente soy. Nunca desde una aceptación pasiva, sino activa, pero realista reconociendo y aceptando que en algún momento nos chocamos con los límites propios del ser humano.
(P): ¿Qué consejo daría a los alumnos que se planteen estudiar Estudios Eclesiásticos o Teología en la UPSA?
(R): Los estudios eclesiásticos o en teología se han vinculado, mayoritariamente a los varones, a la ordenación sacerdotal. Sin entrar en la polémica sobre la ordenación de las mujeres, entiendo que en el estudio de la teología las mujeres nos están dando una lección, pues como bautizadas responsables se preocupan por su formación teológico-religiosa. Esto no quiere decir que no haya varones que también lo hagan, aunque -en la realidad en que me toca vivir de República Dominicana-, no son los más. Por tanto, animaría a todos los creyentes a que se formen en Teología, especialmente, en estos momentos históricos en que nos toca vivir, pues hemos de saber dar razón de nuestra fe.
Una segunda cosa, para aquellos que se acercan a estudiar Teología. Todavía recuerdo aquella crisis de fe que tuve cuando estaba estudiando teología, aquí en la UPSA, llegó un momento que sentí que con los estudios de teología estaba diseccionando a Dios y escudriñando sus entresijos por medio de las diferentes asignaturas. Este sentimiento se lo conté a un amigo y compañero: Iván Labrada -vivíamos en el antiguo Colegio Mayor del Salvador, de vocaciones adultas-. Recuerdo que me dijo esa frase que se le atribuye al teólogo protestante Karl Bart, aunque también otros se la atribuyen a Hans Urs von Balthasar, que “la Teología debe hacerse de rodillas”, pues como dijo el papa Francisco “la Teología se debe hacer de rodillas, porque es santidad de pensamiento y lucidez orante”. Ese sería mi consejo para todos aquellos que se animen a estudiar Teología, que lo hagan desde la oración, pues no es simplemente una ciencia.